La Sala Murillo de la sede de la Fundación Cajasol en Sevilla, ubicada en la calle Francisco de Bruna, 1, acoge desde el 8 de septiembre hasta el 9 de octubre la exposición ‘Un lugar en el mundo’, bajo el comisariado de Mariana Hormaechea, y con la presencia de obras de artistas como David Escalona, Sonia Espigares, Julia Fuentesal & Pablo Muñoz Arenillas, Lola Guerrera, Cristina Mejías, Miguel Ángel Moreno Carretero, Alba Moreno & Eva Grau, Mercedes Pimiento, Óscar Romero y Beatriz Ros. Tras la inauguración, el horario de apertura al público será de lunes a sábado, de 11 a 21 horas; con domingos y festivos de 11 a 18 horas. Existe la posibilidad de realizar visitas guiadas previa reservas en el número de teléfono 955 18 38 30 o a través de reservas@monto.es

Vivimos en una sociedad en donde la emergencia de los espacios sin límites de la globalización y la diversificación de los modos de vida junto con la explosión de la tecnología y de Internet hace que sea posible estar en varios sitios a la vez y que por todo ello el sujeto contemporáneo experimente la sensación de pérdida de sí mismo. De esta pérdida de orientación surge el interés en el individuo por reencontrarse con la sensación de intimidad y de protección que se experimenta en el refugio como lugar de amparo.

La exposición Un lugar en el mundo, que toma su título de la película Un lugar en el mundo (1992) de Adolfo Aristarain, se centra en esa idea de refugio para abordar cuestiones actuales como son las relacionadas con la casa como hogar y la problemática actual de la vivienda, con el viaje como movimiento migratorio y espacio fértil de creatividad, y con el arte como experiencia estética, a través del trabajo de diez artistas andaluces nacidos a partir de los ochenta como son David Escalona, Sonia Espigares, Fuentesal & Arenillas, Lola Guerrera, Cristina Mejías, Miguel Ángel Moreno Carretero, Alba Moreno & Eva Grau, Mercedes Pimiento, Óscar Romero y Beatriz Ros, cuyos proyectos inciden en ello desde distintas perspectivas y modos de hacer.

«Frente al desamparo que rodea al individuo en la sociedad contemporánea la casa podría funcionar como prolongación del cuerpo, sedimentar el mundo interior y no sólo albergar un lugar de reposo sino también de seguridad, de confianza aunque al mismo tiempo de fragilidad. La casa llega a ser por ende nuestro cobijo, nuestra morada, nuestro refugio, nuestro primer universo, es realmente un cosmos», analiza Mariana Hormaechea. En relación a esto, podemos referirnos entonces a la casa-refugio, habitable como lugar de retiro en busca de lo íntimo, de la cual salir y entrar para volver a resguardarse en ella. «La casa-refugio entendida como lugar de repliegue y en ocasiones como fortaleza o muralla frente al exterior potencia la necesidad contemporánea de poseer, usar y habitar una vivienda propia, objetivo que responde al consumismo en el que estamos inmersos. Un anhelo éste que se vuelve doliente por las consecuencias que devienen de las estrategias del mercado y del golpe que supuso en nuestro país el pinchazo de la burbuja inmobiliaria en la época del boom».

Hormaechea recuerda cuando allá por el año 2000 explosionaban las ideas (y fantasías) igualitarias de facilidad en los tránsitos y en la movilidad sin límites, junto a la «bondad» de la globalización, que eran recibidas como algo que favorecía la pluralidad identitaria, la accesibilidad y la transnacionalidad, ideas de las que se hacía eco también la cultura y el arte. Pero poco tiempo hizo falta para percatarse de que la realidad era mucho más cruda de lo que parecía también en el terreno del arte. Así, «del abrupto paisaje dibujado por las hondonadas que la crisis y la migración han producido en la orografía estatal de los últimos años forma parte también el sistema cultural actual. El artista nómada del que hablábamos ha perdido carisma, diluido en un mundo más homogéneo y conectado, en el que esa idea de movilidad geográfica y cultural resulta ya menos novedosa e interesante. Podríamos decir que la imagen del artista viajero de hoy no es tan positiva como la que se desprendía a partir de la exaltación de la diáspora tiempo atrás, ya que hoy, a diferencia de aquellos tiempos, el artista encuentra en el viaje un refugio como concha protectora, caparazón, nido, rincón, crisálida, escondite -casi una prolongación del seno materno u origen- en donde también tienen lugar la fragilidad, el terror y la soledad del migrante», reflexiona la comisaría de la exposición ‘Un lugar en el mundo’.

Y es que el artista como sujeto contemporáneo en un mundo despersonalizado como el nuestro experimenta la sensación de desorientación de sí mismo como unidad perdida entre el ser y el mundo. John Dewey escribía en El arte como experiencia (1934) que «en un mundo acabado, el sueño y el despertar no podrían distinguirse; en uno completamente perturbado no se podría ni siquiera luchar con sus condiciones; en un mundo como el nuestro, los momentos de plenitud jalonan la experiencia como intervalos rítmicamente gozados». Visiten, experimenten y gocen con la exposición en la Fundación Cajasol